Había una mujer llamada Elena que siempre decía: “Dios ha sido bueno conmigo.”
Su casa era pequeña, pero llena de risas; su fe era firme, y su corazón, alegre.
Pero un día, su hijo menor enfermó gravemente.
Las oraciones parecían chocar contra el techo, y los doctores decían que no había esperanza.
Esa noche, mientras todos dormían, Elena se arrodilló frente a la cama de su hijo y dijo con voz temblorosa:
—Señor… yo sé que puedes sanarlo, pero si no lo haces, enséñame a no perderte a Ti en el dolor.
El silencio fue largo. Solo se escuchaba el sonido de la máquina respirando por el niño.
Y en ese silencio, algo dentro de ella cambió.
No sintió milagro ni voz del cielo, pero su corazón se llenó de una paz que no tenía explicación.
Semanas después, su hijo partió con el Señor.
Y aunque el mundo esperaba verla caer, ella seguía diciendo:
—Dios ha sido bueno conmigo.
Porque entendió que la fe no consiste en evitar el fuego, sino en descubrir que Dios sigue estando dentro del horno.
Reflexión:
A veces Dios no apaga el fuego… porque planea caminar contigo dentro de él.
Las pruebas no destruyen la fe; la purifican hasta que brilla.
Cuando todo arde, y aun así puedes decir “Te amo, Señor”, es cuando el cielo se abre.
“Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” — Isaías 43:2

